FAUSTO MARTÍN MANCEBO
PARA EL TIEMPO DE SEMANA SANTA
EL MISTERIO DE LA PASIÓN DE JESÚS
Queridos hermanos y hermanas tabernenses: La Pasión de Jesús y su posterior resurrección iluminan todo el año litúrgico con su resplandor de virtud, gracia y salvación. Comenzando con el Adviento, el año litúrgico prosigue con el período de Navidad. Luego se intercalan unos domingos del tiempo ordinario, para remontar de nuevo hacia los grandes misterios de la vida de Jesús en la Cuaresma, en el triduo santo y en el período pascual. La Iglesia, con fina sabiduría ha colocado la liturgia cuaresmal y pascual al final del invierno e inicio de la primavera. De este modo, la misma naturaleza acompaña al cristiano en el proceso de su muerte al pecado, llevando con Jesucristo la propia cruz hasta el Gólgota y participado de los frutos de su resurrección gloriosa en la floración de la nueva vida que Jesús nos ofrece a todos nosotros en el tiempo pascual.
Dentro del conjunto del año litúrgico, el misterio de la Pasión de Jesucristo representa el momento culminante y por excelencia dramático de toda la historia de Jesús de Nazaret. Toda la vida del Nazareno se encamina, con paso a veces lento, a veces acelerado, hacia Getsemaní y hacia el Monte Calvario.
Digamos que la Pasión es la culminación de un designio, de una misión, pues su contexto natural es la vida entera de Jesús de Nazaret.
Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de Nazaret son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio,emperador romano. Bajo Poncio Pilato, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote. Estas coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia. Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión de Jesús es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación.
Este único Evangelio de la Pasión de Jesús ha sido relatado, según los textos canónicos del Nuevo Testamento, por cuatro evangalistas. Son muchos los episodios en que coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno le son propios, pues ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en todos y cada uno de los acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una crónica periodística con puntos y comas. Ninguno pretendió satisfacer la curiosidad de los lectores o suscitar en ellos simples sentimientos humanos. Ellos simplemente narraban lo sucedido con corazón creyente. Ellos contaban lo que habían visto y oído, no como simples eventos, sino como un acto misterioso del lenguaje de Dios Padre y Redentor, enviado a los hombres ganados para la fe en su Hijo Jesucristo.
Los evangelistas relatan, cada uno con su plan, con su estilo y personalidad, las horas más densas en la historia y en la vida de la familia humana, para así arrancar al hombre de sí mismo y poder trasplantarlo hasta Dios. Ellos al narrar el misterio de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo se quedan cortos, muy cortos, porque el misterio de la Pasión guarda una enorme distancia con el razonamiento propio de los humanos.
Todos los hechos narrados en los evangelios corresponden a acontecimientos reales, no son puras invenciones de una mente imaginaria y de una pluma ligera. Todos ellos transcienden y sobrepasan en sí cualquier relato. Además, toda narración selecciona, recrea y moldea los hechos en un lenguaje, en una forma expresiva, y en una mentalidad y cultura específica y concreta. Los relatos de la Pasión no son de ninguna manera reportajes, pues entre la objetividad del hecho y la realidad del relato están por medio cada evangelista. Ellos son conscientes de contar hechos históricos, pero más todavía son conscientes de contar acontecimientos salvíficos. El resultado es la narración de una historia penetrada por la fe, expresada por la fe, y aceptada y vivida en la fe.
Los evangelios de la Pasión, ante tanta inhumanidad que se agolpa sobre Jesucristo en sus últimas, son sobrios y muy discretos. Han proferido pocas palabras para que el Espíritu Santo hable a través del texto.
Son muchas las escenas que se siguen una detrás de otra, pero parece que los evangelistas no quieren detenerse en ninguna. Pasan sobre los hechos del drama con delicadeza y suavidad sin profundizar demasiado en ese misterio tan importante para la vida cristiana. Pues en verdad hemos de confesar que lo más importante de este misterio de la Pasión de Jesús, que es el dolor de Dios, la fidelidad al plan de salvación, y el amor infinito del Padre a favor de toda la humanidad, se nos escapa como agua en una cesta de mimbres. Algo de agua se retiene, pues las mimbres quedan mojadas, pero la mayor parte se escurre y desaparece en la corriente. Por eso el misterio de la Pasión de Jesucristo es precisamente un misterio, y como misterio es un acto de fe, que los evangelistas narran no con el propósito de contarnos, punto por punto, todo lo acontecido en estos últimos instantes de la vida de Jesús, sino para despertar en nosotros una mayor hondura que debe de recrear y revivir en nuestro corazón cristiano la semilla de la fe.
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